En recuerdo de las diosas griegas: Hera, Atenea, Artemisia

 

 
 

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Palma 29 de Enero 2015, autora: Nina Parrón Mate, secretaria de Igualdad y Derechos Humanos del Consejo Ciudadano de Podem Palma

La cultura griega nos legó una fascinante mitología. A través de ella, explicó como pocos la toma de poder por el Patriarcado. Durante milenios, los pueblos adoraban a dioses y diosas, sobre todo a diosas, esas que representaban a las mujeres y su capacidad reproductora. Eran poderosas, temible­s pero también misericordiosas.

Después de una larga y cruenta lucha, el Patriarcado se fue implantando de la mano de la llamada Civilización. Grecia representó el final de esa época con sus mitos. Cuentan que un día, Zeus, el dios más poderoso, tuvo un fuerte dolor de cabeza y de ella, como por encanto, nació la más formidable diosa, Atenea. No sólo nació de un hombre en vez de una mujer, sino que nunca tuvo un vínculo con Hera, su madre, y prefirió los atributos masculinos hasta el extremo de que nunca quiso ser madre, prefiriendo la lanza y el escudo de guerrera.

a0f8628ef6ece8a3cfba34494de075deLas restantes diosas olímpicas sobrevivían como podían a ese mundo ya patriarcal: Afrodita explotando su belleza, Hera sufriendo las afrentas de Zeus, su marido, con un humor de perros que le agrió el carácter, mientras Artemisia optó por el exilio interior, vagando por los bosques con su arco y flechas. Ellas reflejaban la realidad de la sociedad que los griegos iban construyendo y, aunque inventaron la democracia, es bien sabido que en ella no entraban las mujeres. Libres o esclavas, las confinaban al gineceo, al interior de la casa, reservándose para ellos el espacio público. No fue una opción libremente elegida por las mujeres, y las griegas, como hicieron Hera, Afrodita y Artemisia, han ido sobreviviendo como han podido. Hasta el presente, en el que el pueblo griego se ha visto saqueado y humillado por un capitalismo depredador que lo han tomado como el laboratorio social de “a ver cuánto aguanta un pueblo”. Las mujeres han cumplido durante estos años de expolio, como siempre, un papel de resistencia, de apoyo familiar, de sostén de la salud mental de sus familias. Como las troyanas Hécuba, Andrómaca, Casandra, las modernas griegas son mujeres fuertes y poderosas; hay muchas Melinas Mercuri en Grecia, muchas feministas luchadoras.

El pueblo griego se ha rebelado de la manera más democrática posible, a través de las urnas, arrojando a la cara de los especuladores, miles y miles de votos a Syriza. Pero entre esa alegría, que nos han transmitido a mucha gente en Europa, vemos con estupor que ha salido un gobierno exclusivamente de hombres, como si no hubiera mujeres allá, como si nos hubiera miles de ellas muy preparadas académicamente hablando, como si no hubieran luchado, codo con codo con los hombres durante estos años de resistencia y sufrimiento. Leemos, sin dar crédito, de que no hay ni una sola mujer ministra; de 41 viceministros y secretarios de Estado hay sólo 6 mujeres. En el Parlamento, con 287 escaños, hay 40 mujeres.

Y si no hay mujeres en el Poder es porque tampoco han hecho suyas las reivindicaciones específicas de las mujeres. El movimiento autónomo feminista, “To Mov” (Morado en griego) denuncia que, desde que se inició la carrera electoral, Syriza abandonó el feminismo con el argumento eterno del “ahora no toca”. Fuera de su programa han quedado reivindicaciones como acabar con la brecha salarial, con el incremento de la violencia machista o la falta de acceso gratuito a la interrupción del embarazo, entre otros.

En el estado español lo tenemos claro: sin mujeres, no hay democracia. PODEMOS mantiene sus listas paritarias cremallera y sus activistas lo defienden con uñas y dientes. Toda nuestra solidaridad con las griegas, esas mujeres fuertes y luchadoras que, sin embargo, han vuelto a encerrarlas en los gineceos.